Aïn La Torre Curso de cábala oculta en el Tarot

Aïn La Torre

Aïn La Torre Curso de cábala oculta en el Tarot
Aïn La Torre

La decimosexta lámina, Aïn La Torre, expresa el mismo jeroglífico que la Vau (6), solamente que en este caso el jeroglífico se ha materializado. Es el signo del sentido material. En su aspecto degenerado, este signo expresa también todo lo que es curvo, falso, perverso y malo.

Astronómicamente esta letra corresponde al signo zodiacal Capricornio.

Una torre cuyas almenas han sido destruidas por el rayo. Un hombre coronado y otro sin corona se precipitan al vacío, arrastrados por las ruinas. Uno de ellos reproduce la forma de la letra gnaïn.

En esta figura vemos aparecer, por primera vez, la imagen de una construcción material. Volveremos a encontrar este símbolo en los arcanos 18 y 19. Se trata aquí del mundo visible o material en el cual se encarna el mundo invisible o espiritual. Figura la caída de Adán en la materia, el cual seguirá materializándose cada vez más hasta alcanzar el arcano 18, punto en el cual la materialización alcanzará su valor óptimo.

El sentido de este arcano deriva en su totalidad de esta idea de caída, de materialización de la letra vau.

1° Materialización de Dios al Espíritu Santo. (Ver arc. 3.)

Introducción del Espíritu Santo en el mundo visible. El Espíritu Santo obrando como el Dios de la materia.

DESTRUCCIÓN DIVINA

2° Materialización de Adán-Eva, en estado espiritual hasta este momento. Entrada de Adán-Eva en el mundo visible:

LA CAÍDA (Reflejo de la muerte)

3° Materialización del Universo-principio:

EL MUNDO VISIBLE

Relaciones:

Jeroglífico primitivo: Vau (lazo material)

Astrnomía: Capricornio

Mes: Diciembre

Letra Hebraica: Gnaïn (simple)

Significados:

Destrucción divina

La caída

El mundo visible

Los Hechizos

Fons – Oculus – Fulgur

El hombre que mira a una mujer con un deseo impuro profana a esa mujer ha dicho el gran maestro. Lo que se quiere con perseverancia se hace. Toda voluntad real se confirma por actos; toda voluntad confirmada por un acto, es un hecho. Todo hecho está sometido a un juicio, y este juicio es eterno. Estos son dogmas y principios.

Según estos principios y estos dogmas, el bien o el mal que deseéis, sea a vosotros mismos, sea a los demás, en la extensión de vuestro querer y en la esfera de vuestra acción, ocurrirá infaliblemente, sea a los demás, sea a vosotros mismos, si confirmáis vuestra voluntad y si fijáis vuestra determinación por hechos.

Los hechos deben ser análogos a la voluntad. La voluntad de causar mal o de hacerse amar, debe ser confirmada para ser eficaz, por actos de odio o de amor.

Todo lo que lleva la huella de un alma humana pertenece a ese alma; todo lo que el hombre se apropia de cualquier modo, se convierte en su cuerpo, en la acepción más amplia de la palabra, y todo cuanto se hace al cuerpo de un hombre lo siente, sea mediata, sea inmediatamente, su alma.

Por esto es por lo que toda especie de acción hostil al prójimo, es considerada por la teología moral como un comienzo de homicidio.

El hechizo es, pues, un homicidio y un homicidio tanto más cobarde cuanto que escapa al derecho de defensa de la víctima y a la venganza de las leyes.

Establecido este principio para tranquilidad de nuestra conciencia y advertencia a los débiles, afirmemos sin temor que el hechizo es posible.

Vayamos más lejos y afirmemos que es, no solamente posible, sino de algún modo necesario y fatal. Se verifica incesantemente en el mundo social, aun a despecho de los agentes y de los pacientes. El hechizo involuntario es uno de los más terribles peligros de la vida humana.

La simpatía pasional somete necesariamente el más ardiente deseo a la más fuerte voluntad. Las enfermedades morales son más contagiosas que las físicas y hay en ellas tantos éxitos, por preocupación y moda, que hasta podrían compararse con la lepra o con el cólera.

Se muere de un mal conocimiento como de un contacto contagioso, y la horrible enfermedad que, desde hace algunos siglos únicamente, en Europa, castiga la profanación de los misterios del amor, es una revelación de las leyes analógicas de la Naturaleza y no presenta aún más que una imagen debilitada de las corrupciones, morales que resultan diariamente de una simpatía equívoca.

Se habla de un hombre celoso y cobarde, que, para vengarse de un rival, se infectó a sí mismo voluntariamente un mal, incurable, infiltrándolo a los que con él compartían el lecho. Esta historia es la de todo mago, o mejor, de todo brujo que practica los hechizos.

Se envenena para envenenar, se condena para torturar, aspira el infierno para respirarle, se hiere de muerte para hacer morir. Pero si hay en esto un valor triste, no es menos positivo y cierto que envenenará y matará por la proyección sola de su voluntad perversa.

Pueden existir amores que maten lo mismo que el odio, y los hechizos de la benevolencia son la tortura de los malvados. Las oraciones que se dirigen a Dios para la conversión de un hombre, llevan la desgracia a ese hombre si él no quiere convertirse.

Hay, como hemos dicho, fatiga y peligro en luchar contra las corrientes fluídicas excitadas por cadenas de voluntades unidas. Existen, pues, dos clases de hechizos: el hechizo voluntario y el hechizo involuntario. Pueden también distinguirse el hechizo físico y el hechizo moral. La fuerza atrae la fuerza; la vida atrae la vida; la salud atrae la salud; esta es una ley de naturaleza.

En los colegios, ciertos alumnos absorben la inteligencia de sus demás condiscípulos, y en todo circulo de hombres, pronto se encuentra un individuo que se apodera de la voluntad de los demás.

El hechizo por corrientes es una cosa muy común, como ya lo hemos hecho advertir; se siente uno impulsado por la muchedumbre en lo moral como en lo físico. Pero lo que vamos a hacer constar más particularmente en este capítulo es el poder casi absoluto de la voluntad humana sobre la determinación de sus actos y la influencia de toda demostración exterior de una voluntad sobre las cosas hasta externas.

Los hechizos voluntarios son todavía frecuentes en nuestras campiñas porque las fuerzas naturales, entre personas ignorantes y solitarias, obran sin ser debilitadas por ninguna duda o por ninguna diversión. Un odio franco, absoluto y sin ninguna mezcla de pasión rechazada o de concupiscencia personal, es un decreto de muerte para aquel que es objeto de él en ciertas y determinadas condiciones.

Digo sin mezcla de pasión amorosa y de concupiscencia, porque un deseo, siendo una pasión, contrabalancea y anula el poder de proyección. Así, por ejemplo, un celoso no hechizará nunca a su rival, y un heredero concupiscente no abreviará, por el solo hecho de su voluntad, los días de un lío avaro y miserable. Los hechizos ensayados en estas condiciones caen sobre aquel que los opera, y son más bien saludables que novicios para la persona que es objeto de ellos, porque se desprenden de una acción odiosa que se destruye por sí misma al exaltarle.

Las palabras envoûtement o hechizo, muy enérgica en su sencillez, gala, manifiesta admirablemente la misma cosa que envoultementacción de tomar, por decirlo así, y envolver a alguien en un voto, en una voluntad formulada.

El instrumento de los hechizos no es otro que el gran agente mágico, que bajo una voluntad perversa, se convierte, real y positivamente, en el demonio.

El maleficio propiamente dicho, es decir, la operación ceremonial para el hechizo, no obra más que sobre el operador, y sirve para fijar y confirmar su voluntad, formulándola con perseverancia y esfuerzo, condiciones ambas que hacen la voluntad eficaz. Cuanto más difícil u horrible es la operación, más eficaz resulta, porque obra mayor fuerza sobre la imaginación y confirma el esfuerzo en razón directa con la resistencia.

Esto es lo que explica la bizarría y la atrocidad de las operaciones de la magia negra entre los antiguos y en la Edad Media, las misas del diablo, los sacramentos administrados a reptiles, las efusiones desangre, los sacrificios humanos y otras monstruosidades que son la esencia misma y la realidad de la goecia y la nigromancia.

Son semejantes prácticas las que han atraído sobre las brujas en todas los tiempos la justa represión de las leyes. La magia negra no es realmente más que una combinación de sacrilegios y de crímenes graduados para pervertir para siempre una voluntad humana y realizar en un hombre vivo el fantasma repugnante del demonio. Es, propiamente hablando, la religión del demonio, el culto de las tinieblas, el odio hacia el bien llevado al paroxismo; es la encamación de la muerte y la creación permanente del infierno.

Jean Bodin
Jean Bodin

El cabalista Bodin, que como se supondrá fue un espíritu débil y supersticioso, no ha tenido otro motivo para escribir su Demonomanía que la necesidad de prevenir a los espíritus contra la peligrosísima incredulidad. Iniciado por el estudio de la Cábala en los verdaderos secretos de la magia había templado a pensar en los peligros a los cuales se expondría la sociedad abandonando ese poder a la maldad de algunos hombres. Intentó, pues, lo que ahora acaba de ensayar entre nosotros Eudes de Mirville; recogió hechos sin explicarlos, y denunció a las ciencias desatentas o preocupadas, la existencia de influencias ocultas y de operaciones criminales de la mala magia.

Bodin no fue escuchado en su tiempo, como tampoco lo será ahora Eudes de Mirville, porque no basta indicar fenómenos y prejuzgar la causa para impresionar a los hombres serios; esta causa es preciso estudiarla, explicarla, demostrar su existencia, y esto es lo que tratamos de hacer. ¿Tendremos nosotros mejor éxito?

Puede morirse por amor de ciertos seres, como puede morirse por su odio; existen pasiones absorbentes bajo cuya aspiración se siente uno desfallecer como las prometidas de los vampiros. No son únicamente los malvados los que atormentan a los buenos, sino que es a su vez los buenos quienes atormentan a los malvados. La dulzura de Abel era un amplio y penoso hechizo debido a la ferocidad de Caín. El odio al bien entre los malvados, procede del mismo instinto de conservación.

Por otra parte, mostrarse tranquilos, desafiando y justificando el mal; Abel, ante Caín, era un hipócrita y un cobarde que deshonraba la fiereza humana por sus escandalosas sumisiones a la divinidad. ¡Cuánto no ha debido sufrir el primero de los asesinos antes de proceder al espantoso asesinato contra su hermano! Si Abel hubiera podido comprenderle, se habría quedado asombrado.

La antipatía no es otra cosa que el presentimiento de un probable hechizo; hechizo que muy bien pudiera ser de amor o de odio, porque se ve con frecuencia suceder al amor la antipatía. La luz astral no advierte acerca de las influencias venideras por medio de una acción ejercida sobre el sistema nervioso, más o menos sensible y más o menos viva.

Las simpatías instantáneas, los amores fulminantes, son explosiones de luz astral motivadas tan exactamente y no menos matemáticamente explicables y demostrables que las descargas eléctricas de fuertes y poderosas baterías. Puede verse por todas partes cuántos y cuán graves son los peligros que amenazan al profano que juega sin cesar con fuego sobre pólvoras que no ve.

Nos hallamos saturados de luz astral y la proyectamos sin cesar para dar lugar a nuevas impresiones. Los aparatos nerviosos destinados sea para la proyección, sea para la atracción, tiene particular asiento en los ojos y en las manos. La polaridad de éstas reside en el pulgar y es por esto por lo que siguiendo la tradición mágica conservada aun en nuestros campos cuando uno se halla en compañía sospechosa, se coloca el dedo pulgar replegado y oculto en la palma de la mano, a fin de evitar de que nadie nos fije, y tratando de ser el primero en mirar a aquellos de quienes algo tenemos que temer y de evitar, asimismo, las proyecciones fluídicas inesperadas y las miradas fascinadoras.

Existen también ciertos animales cuya propiedad no es otra que la de romper las corrientes de la luz astral por una absorción que les es peculiar. Estos animales no son violenta y soberanamente antipáticos y tienen, en su mirada, algo que fascina; tales son el sapo, y el basilisco. Estos animales prisioneros y llevados vivos o guardados en las habitaciones en que vivimos garantizan de las alucinaciones y las ilusiones de la embriaguez astral. LA EMBRIAGUEZ ASTRAL, palabra que aquí escribimos por primera vez, y que explica todos los fenómenos de las pasiones furiosas, de las exaltaciones mentales y de la locura.

—¡Criad sapos y basiliscos, mi querido señor , me diría un discípulo de Voltaire; llevadle consigo y no escribáis más!

A esto puedo responder que pensaré en ello seriamente en cuanto me sienta dispuesto a reír de lo que ignoro y a tratar de locos a los hombres de quienes no comprenda ni la ciencia ni la sabiduría.

Paracelso, el más grande de los magos cristianos, oponía al hechizo las prácticas de un hechizo contrario. Componía remedios simpáticos y los aplicaba, no a los miembros que padecían, sino a representaciones de esos mismos miembros, formadas y consagradas según el ceremonial mágico. El éxito era prodigioso y nunca médico alguno consiguió las maravillosas curas de Paracelso.

Pero Paracelso había descubierto el magnetismo mucho antes que Mesmer, y había llevado hasta las postreras consecuencias tan luminoso descubrimiento, o más bien esa iniciación en la magia de los antiguos que más que nosotros comprendían el gran agente mágico y no hacían de la luz astral, del ázoe, de la magnesia universal de los sabios, un fluido animal y particular emanado únicamente de algunos seres especiales.

En la filosofía oculta, Paracelso combate la magia ceremonial, de la que ignoraba tal vez el terrible poder, pero de la que quiso sin duda describir las prácticas, a fin de desacreditar la magia negra. Coloca todo el poder de mago en el magnes interior y oculto. Los más hábiles magnetizadores del día, no dirían otro tanto en la actualidad.

Sin embargo, quiere que se empleen los signos mágicos y especialmente los talismanes, para la curación de las enfermedades. Ya tendremos ocasión de volver sobre este asunto, es decir, sobre los talismanes de Paracelso, en el octavo capítulo, abordando asimismo, según Gaffarel, la gran cuestión de la iconografía y la numismática ocultas.

Se cura también el hechizo por la sustitución, cuando ella es posible y por la ruptura o cambio de la corriente astral. Las tradiciones del campo sobre este punto son admirables y proceden de épocas remotas; son restos de la enseñanza de los druidas, quienes habían sido iniciados en los misterios de la India y del Egipto por hierofantes viajeros. Sábese, pues, en magia vulgar, que un hechizo, es decir, una voluntad determinada y confirmada para causar mal, obtiene siempre su efecto, y que no puede retractarse sin peligro de muerte.

El brujo que causa a una persona un maleficio, debe tener otro objeto que su malevolencia, porque sabe ciertamente que él será también alcanzado y perecerá víctima de su propio maleficio. Siendo circular el movimiento astral, toda emisión azótica o magnética, que no encuentra a su médium, retorna con fuerza a su punto de partida. Así es como se explica una de las más extrañas historias de un libro sagrado, la de los demonios enviados a los puercos que se precipitaron al mar. Esta obra de la alta iniciación no fue otra cosa que a ruptura de una corriente magnética infestada por malvadas voluntades. Yo me llamo legión, decía la voz instintiva del paciente, porque nosotros somos muchos.

Las posesiones del demonio no son otra cosa que hechizos y existe en nuestros días una numerosa cantidad de poseídos. Un santo religioso que está dedicado al servicio de alineados, el hermano Hilaire Tissot, ha conseguido, por una larga experiencia y la práctica constante de las virtudes cristianas, curar a muchos enfermos y practica, sin saberlo, el magnetismo de Paracelso. Atribuye la mayoría de las enfermedades a desórdenes de la voluntad o a la influencia perversa de voluntades extrañas; considera todos los crímenes como actos de insania y querría que se tratara a todos los criminales como enfermos, en vez de exasperarlos y hacerlos incurables, so pretexto de castigarlos.

¡Cuánto tiempo transcurriría todavía antes de que el hermano Hilaire sea reconocido como un hombre de genio! Y ¡cuántos hombres graves al leer este capítulo dirán que Hilaire Tissot y yo nos debíamos tratar el uno a otro según las ideas que nos son comunes, librándonos bien de publicar nuestras teorías, sino queremos que se nos tome por médicos dignos de ser enviados a los incurables! Y, sin embargo, ¡se mueve! gritaba Galileo dando con el pie en tierra. Conoced la verdad y la verdad os hará libres —ha dicho el salvador de los hombres—. Podría agregarse: Amad la justicia y la justicia os hará sanos. Un vicio es un veneno, aun para el cuerpo; la verdadera virtud es un gaje de longevidad.

El modo de los hechizos ceremoniales, varía según los tiempos y las personas, y todos los hombres artificiosos y dominadores, encuentran en sí mismos los secretos y la práctica, sin calcular precisamente, ni razonar los resultados. Siguen en esto, las inspiraciones intuitivas del gran agente, que se asimila maravillosamente, como ya lo hemos dicho, a nuestros vicios y a nuestras virtudes; pero, puede decirse generalmente que estamos sometidos a las voluntades de los demás por las analogías de nuestras inclinaciones y sobre todo de nuestros defectos.

Acariciar las debilidades de una individualidad, es apoderarse de ella y convenirse en su instrumento en el orden de los mismos errores o de las mismas depravaciones. Ahora bien, cuando dos naturalezas analógicas en defectos se subordinan la una a la otra, se opera una especie de sustitución del más fuerte al más débil, y una verdadera obsesión de un espíritu por el otro. Con frecuencia el débil se debate y querría rebelarse; pero, después cae más bajo que nunca en la servidumbre. Así es como Luis XIII conspira contra Richelieu y luego obtenía, hasta cierto punto su gracia, por el abandono de sus cómplices.

Todos tenemos un defecto dominante que es para nuestra alma, como el ombligo de su nacimiento pecador, y es por allí por donde el enemigo puede siempre apoderarse de nosotros; la vanidad en los unos, la pereza en los otros y el egoísmo en casi todos. Que un espíritu astuto y malvado se apodere de ese resorte y estáis perdidos. Entonces os convertís, no en un loco, no en un idiota, sino en un alienado en toda la fuerza de esta expresión, es decir, en un ser sometido a una impulsión extraña.

En este estado, sentís un horror intuitivo por todo aquello que pudiera devolveros la razón, y ni aun siquiera queréis escuchar las representaciones contrarias a vuestra demencia. Es una de las enfermedades más peligrosas que pueden afectar a la moral humana, El único remedio aplicable a esta suerte de hechizo es el de apoderarse de la misma locura para curarla y hacer encontrar al enfermo satisfacciones imaginarias en un orden contrario a aquel en que se ha perdido.

Así, por ejemplo, curar a un ambicioso haciéndole desear las glorias del cielo, remedio rústico; curar a un malvado por medio de un amor verdadero, remedio natural; procurar a un vanidoso éxitos honrados, mostrar desinterés a los avaros y procurarles un justo beneficio por una participación honrada en empresas generosas, etcétera. Obrando de este modo sobre la moral, se conseguirá curar un gran número de enfermedades físicas, porque lo moral influye sobre lo físico en virtud del axioma mágico:

«Lo que está encima es como lo que está debajo.»

Por esto es por lo que el maestro decía hablando de una mujer paralítica:

«Satán la ha ligado»

Una enfermedad proviene siempre de un defecto o de un exceso y siempre hallaréis en el origen de un mal físico un desorden moral; esta es una ley invariable de la naturaleza.

Lo que los brujos, hechiceros y nigromantes buscaban, especialmente en sus evocaciones al espíritu impuro, era ese poder magnético que es el patrimonio del verdadero adepto y que ellos querían usurpar a todo trance, para abusar de él indignamente. La locura de los hechiceros era una locura malvada, y uno de sus fines, sobre todos, era el del poder de los hechizos o de las influencias deletéreas. Ya dijimos en nuestro Dogma lo que pensamos acerca de los hechizos y cuán poderoso y real nos parece esa potencia.

El verdadero magista hechiza sin ceremonia y por su sola reprobación, a aquellos a quienes quiere desaprobar, o a quienes cree necesario castigar; lo mismo hechiza con su perdón a aquellos que le causan mal, y nunca los enemigos de los iniciados llevarán lejos la impunidad de sus injusticias. Hemos comprobado personalmente numerosos ejemplos de esta ley fatal. Los verdugos de los mártires perecen siempre en forma desgraciada, y los adeptos son los mártires de la inteligencia; pero la Providencia parece despreciar a aquellos que la desprecian y hacen morir a aquellos que tratan de impedirles que vivan. La leyenda del Judío Errante, es la poesía popular de este arcano. Un pueblo ha enviado a un sabio al suplicio y le ha dicho: ¡Marcha!, cuando quería reposar un instante.

Pues bien; ese pueblo va a sufrir una condenación semejante; va a ser proscrito por completo y por todos los siglos de los siglos se le dirá: «¡Marcha, marcha!», sin que pueda encontrar ni piedad, ni reposo. Un mago tenía una mujer a quien amaba únicamente y santamente. En la exaltación de su ternura, honraba a esa mujer con una confianza ciega, y descansaba por completo en ella. Enamorada, por decirlo así, de su hermosura y de su inteligencia, esa mujer comenzó a envidiar la superioridad de su marido y le tomó odio.

Algún tiempo después lo abandonaba, comprometiéndose con un hombre viejo, feo, nada espiritual y excesivamente inmoral, en cambio. Este era su primer castigo; pero, en él no debía limitarse la pena. El mago pronunció contra ella esta única sentencia: «Yo vuelvo a tomaros vuestra inteligencia y vuestra belleza.» Un año después aquellos que la encontraban no la reconocían ya; reflejaba en su semblante la fealdad de sus nuevas facciones. Tres años después era fea, en toda la extensión de la palabra; siete años después había muerto. Este hecho ha ocurrido en nuestro tiempo, y nosotros hemos conocido a las dos personas Los magos condenan a semejanza a los médicos hábiles, y por esto es por lo que no se apela de sus sentencias, cuando ellos han pronunciado un decreto contra un culpable.

No necesitan ceremonias ni invocaciones, únicamente deben abstenerse de comer en la misma mesa del condenado, y si se vieran obligados a hacerlo no deben ofrecerle ni aceptar de él la sal. Los hechizos de la brujería son de otra índole y pueden compararse a verdaderos envenenamientos de una corriente de luz astral. Exaltan su voluntad por medio de ceremonias, hasta el punto de envenenar esa corriente a distancia, pero, como ya lo hicimos observar en nuestro dogma, se exponen a ellos mismos a ser muertos los primeros por sus propias e infernales armas; denunciemos aquí algunos de sus culpables procedimientos.

Procúrense cabellos o ropas de la persona a quien quiere maldecir después escogen un animal que sea a sus ojos el símbolo de esa persona, colocan en medio de los cabellos o de las ropas al citado animal en relación magnética con ellas; le dan su nombre y luego le matan de un solo golpe; con el cuchillo mágico le abren el pecho, le arrancan el corazón y lo envuelve todavía palpitante en los objetos magnetizados y durante tres días y a todas horas, hunden en ése corazón clavos, alfileres enrojecidos al fuego o largas espinas, pronunciando maldiciones contra la persona a quien se está hechizando.

Entonces es cuando están persuadidos (y con frecuencia es con razón) de que la víctima de sus infames maniobras experimenta tantas torturas como si efectivamente tuviera todas esas puntas hundidas en el corazón. Desgraciadamente la persona hechizada comienza a perecer, y al cabo de algún tiempo muere de un mal desconocido.

Otro hechizo, usado entre las gentes del campo, Consiste en consagrar clavos por medio de obras de odio, con fumigaciones fétidas de Saturno e invocaciones a los malos genios; después, en seguirlas huellas de la persona a quien se quiere atormentar, clavando en forma de cruz todas las huellas de los pasos que pueda haber dejado en la tierra o en la arena.

Otro, aún más abominable, se practica así: se toma un sapo grande y se le administra el bautismo, dándole el nombre y el apellido de la persona a quien quiere maldecir, se le hace tragar  en seguida una hostia consagrada, ante la cual se habrán pronunciado fórmulas de excreción, envolviéndola después entre los objetos magnetizados, que se liarán con cabellos de la víctima, sobre los cuales habrá escupido previamente el operador, y se entierra el todo bajo el umbral de la puerta maleficiada, o en un sitio por donde la citada víctima tenga que pasar todos los días.

Vienen, seguidamente, los hechizos por medio de imágenes de cera. Los nigromantes de la edad media, celosos por agradar, valiéndose de sacrilegios, a aquel que los consideraba como maestros, mezclaban con la cera aceite bautismal y cenizas de hostias quemadas. Siempre se encontraban sacerdotes apóstatas, dispuestos a entregarlos tesoros de la iglesia.

Con la cera maldita se formaba una imagen, tan parecida como fuese posible, de la persona a quien se quería hechizar; se vestía esa imagen, con ropas semejantes a las suyas, se le daban los mismos sacramentos que aquélla había recibido, y después se pronunciaban sobre la cabeza de la imagen todas las maldiciones susceptibles de salir por la boca del hechicero, y se infligía diariamente para alcanzar y atormentar, por simpatía, a aquél o a aquélla que la figura representaba.

El hechizo es más infalible cuando el hechicero puede procurarse cabellos, sangre, y, sobre todo, un diente de la persona a quien se quiere hechizar. Esto es lo que ha dado lugar a ese proverbio que dice: Vos tenéis un diente contra mí.

Se hechiza también por la mirada, y esto es a lo que en Italia se llama jefatura, o hacer mal de ojo. En la época de nuestras discordias civiles, un hombre, que poseía una tienda, tuvo la desgracia de denunciar a uno de sus vecinos. Este, después de haber estado detenido algún tiempo, fue puesto en libertad, pero tuvo la desdicha de perder su posición social. Por toda venganza, pasaba dos veces al día por delante de la tienda de su denunciador, y mirándole fijamente, le saludaba y pasaba. Al cabo de algún tiempo el comerciante no podía soportar el suplicio que le causaba la mirada del denunciado, por lo cual vendió su establecimiento con pérdida considerable, y cambio de barrio sin decir su nuevo domicilio; en una palabra, estaba arruinado. ( También hay que añadir, que, ningún hechizo funciona si el hechizado no lo sabe…)

Una amenaza es un hechizo real, por cuanto obra vivamente sobre la imaginación, sobre todo si esa imaginación acepta fácilmente la creencia de que se trata de un poder oculto e ilimitado. La terrible amenaza del infierno, ese hechizo a la humanidad durante muchos siglos, ha creado más pesadillas, más enfermedades, sin nombre, más locuras furiosas, que todos los vicios y todos los excesos reunidos. Esto es lo que figuran los artistas herméticos de la edad media, por medio de los monstruos increíbles y desconocidos, que incrustaban en los pórticos de las basílicas que construían.

Pero el hechizo por la amenaza produce un efecto absolutamente contrario a las intenciones del operador, cuando la amenaza es evidentemente vana, cuando provoca la fiereza legítima del que se ve amenazado y engendra a éste, por consiguiente, la resistencia; y, por último, cuando es ridícula a fuerza de ser atroz.

Son los sectarios del infierno los que han desacreditado el cielo. Decidle a un hombre razonable que el equilibrio es la ley del movimiento de la vida, y que el equilibrio moral. La libertad, reposa sobre una distinción eterna e inmutable entre los verdadero y lo falso, entre el bien y el mal. Decidle que, dotado de una voluntad libre, debe hacerse lugar por sus obras en el imperio de la verdad y del bien, o caer eternamente, como la roca de Sísifo, en el caos de la mentira y del mal.

Comprenderá ese dogma y si llamáis a la verdad y al bien, cielo, ya la mentira y al mal infierno, creerá en vuestro cielo y en vuestro infierno, por encima de los cuales el ideal divino permanece en calma, perfecto e inaccesible a la cólera como a la ofensa; porque comprenderá que, si el infierno en principio, es eterno como la libertad, no podría ser en el hecho más que un tormento pasajero para sus almas, puesto que es una expiación, y que la idea de expiación supone, necesariamente, la de la reparación y destrucción del mal.

Dicho esto, no son intenciones dogmáticas, que no podrían ser de nuestro resorte, sino para indicar el remedio moral y razonable del hechizo de nuestras conciencias por el terror a la otra vida, hablemos de los medios de sustraerse a las influencias funestas de la cólera humana. El primero de todos, es ser razonables y justos y en no dar pábulo ni razón a la cólera. Una cólera legítima es muy de tener. Apresuraos entonces a reconocer la razón que produce y a enmendaros. Si la cólera persiste después de vuestra enmienda, será porque proceda de un vicio que no habéis corregido; tratad de sabed cuál es ese vicio, y mirar fuertemente a las corrientes magnéticas de la virtud contraria. El hechizo, entonces, no tendrá poder contra vos.

Haced lavar con cuidado, antes de darlas o quemarlas, las ropas y los vestidos que han sido de vuestro uso; no uséis nunca un vestido o traje que haya servido a una persona desconocida, sin antes haberlas purificado por el agua, por los aromas, por el incienso, por perfumes, tales como el alcanfor, el incienso, el ámbar, etcétera.

Un gran medio de resistir al hechizo, es el de no temerle; el hechizo obra a la manera de las enfermedades contagiosas. En tiempo de peste, aquellos que tienen miedo son los primeros que caen. El medio de no temer el mal, es no preocuparse de él poco ni mucho, y aconsejo con el mayor desinterés, puesto que es un libro de magia del que yo soy autor, en donde doy el consejo a las personas nerviosas, débiles, crédulas, histéricas, supersticiosas, devotas, tontas, sin energía, sin voluntad, de no abrir nunca un libro de magia y de cerrar éste si lo hubiera abierto, de no escuchas a aquellos que hablen de ciencias ocultas, de burlarse , de no creer nunca y de comer y beber fresco, como decía el gran mago pantagruelista, el excelente cura de Meudon.

Por lo que respecta a los sabios (tiempo es de que nos ocupemos de ellos, después de haberlo hecho de los locos) no tienen otros maleficios que temer, que los de la fortuna; pero, como pueden ser sacerdotes o médicos, pueden, por eso mismo, ser llamados a curar maleficios, y he aquí cómo deben proceder:

Es preciso inducir a la persona maleficiada, a hacer un beneficio cualquiera al maleficiado o prestarle un servicio que él no pueda rehusar, y tratar de arrastrarle, sea directa, sea indirectamente, a la comunión de la sal. La persona que se crea hechizada por la execración y entierro de un sapo, deberá llevar consigo un sapo vivo en una caja de asta.

Para el hechizo por medio de un corazón horadado, será necesario dar de comer a la persona enferma un corazón de cordero, sazonado con salvia y verbena, y hacerla llevar un talismán de Venus o de la Luna, contenido en una bolsita llena de alcanfor y de sal.

Para el hechizo por medio de la figura de cera, es preciso hacer una figura más perfecta, ponerle de la misma persona todo lo que ella pueda darle, colgarle al cuello siete talismanes, colocarla en medio de un gran pantáculo representando el pentagrama y frotarla ligeramente todos los días con uno mezcla de aceite y bálsamo, después de haber pronunciado los conjuros de los cuatro, para desviar la influencia de los espíritus elementales. Al cabo de siete días habrá de quemar la imagen en el fuego consagrado, estando entonces seguros de que la estatua del hechicero perderá en el mismo momento su virtud.

Ya hemos hablado de la medicina simpática de Paracelso, que medicinaba sobre los miembros de cera y operaba con la sangre producida por las llagas para curar éstas. Este sistema le permitía el empleo de más violentos remedios. Por esto tenía como específicos principales, el sublimado y el vitriolo. Creemos que la homeopatía es una reminiscencia de las teorías de Paracelso y un retorno a sus sabios prácticas. Pero, ya volveremos sobre este asunto en el capítulo veintiuno, que estará consagrado exclusivamente a la medicina oculta.

Los votos de los padres comprometiendo el porvenir de sus hijos, son hechizos condenables; los hijos dedicados a vestir siempre de blanco, no prosperan casi nunca; los que se dedican al celibato caen ordinariamente en la depravación, o giran alrededor de la desesperación o de la locura. No está permitido al ser humano violentar el destino, y menos todavía poner trabas al legítimo de la libertad.

Agregamos aquí, a modo de suplemento y apéndice a este capítulo, algunas palabras acerca de las mandrágoras y de los androides que muchos magistas confunden con las figurillas de cera que sirven para las prácticas de los hechizos.

La mandrágora natural, es una raíz cabelluda, que presenta más o menos, en su conjunto, sea la figura de un hombre, sea la de una mujer, sea la de las partes viriles, sea las de la generación. Esta raíz es ligeramente narcótica, y los antiguos le atribuían una virtud afrodisíaca, que la hacía muy apreciada y muy buscada entre la brujería de la Tesalia para la composición de filtros. ¿Esta raíz es como la suponía un cierto misticismo mágico, el vestigio umbilical de nuestro origen terrestre?

Esto es lo que no osaríamos afirmar seriamente. Es cierto, sin embargo, qué el hombre ha salido del limo de la tierra; ha debido, pues, formase en su primer bosquejo bajo la forma de una raíz. Las analogías de la naturaleza exigen absolutamente que se admita esta noción, o por lo menos como un posibilidad. Los primeros hombres debieron ser, por tanto, una familia de gigantes mandrágoras sensitivas, que el Sol debió animas y que debieron por sí mismas desprenderse de la tierra, lo que no excluye en nada, y aun supone, por el contrario, de una manera positiva, la voluntad creadora y la cooperación providencial de la primera causa que nosotros tenemos razón en llamar DIOS.

Algunos antiguos alquimistas aferrados a esta idea, soñaron con el cultivo de la mandrágora y trataron de reproducir artificialmente una lama bastante fecunda y un sol bastante activo, para humanizar de nuevo esta raíz y creas de este modo hombres sin el concurso de mujeres. Otros que creían ver en la humanidad la síntesis de los animales, desesperaron de animar la mandrágora; pero cruzaron los ayuntamientos monstruosos y arrojaron la semilla humana en tierra animal, sin producir otra cosa que crímenes vergonzosos y monstruos sin posteridad. La tercera manera de formas el androide, es por el mecanismo galvanizado. Se ha atribuido a Alberto el Grande, uno de esos autómatas casi inteligente y se agrega que Santo Tomás le rompió de un bastonazo, porque se vio turbado por sus respuestas. Este cuento es una alegoría.

Armadura Curso de cábala oculta en el TarotEl androide de Alberto el Grande, es la teología aristotélica de la escolástica primitiva, que fue destruida por la mano de Santo Tomás, ese audaz innovador, que fue el primero que substituyó la ley absoluta de la razón, por lo arbitrario divino, osando formular este axioma, que no tememos repetir hasta la saciedad, por cuanto emana de semejante maestro: Una cosa no es justa, porque Dios lo quiere, sino que Dios la quiere, porque es justa. El androide real, el androide serio de los antiguos, era un secreto que ocultaban a todas las miradas y que Mesmer fue el primero que osó divulgar en nuestros días: era la extensión de la voluntad del mago en otro cuerpo, organizado y servido por un espíritu elemental; o en otros  términos modernos y más inteligibles: era un sujeto magnético.

  1. El secreto de la generación es la muerte.

Nombre divino: Hazaz (fuerte), que corresponde a jehovah-sabaoth. Rige el 9º cielo (de la Luna), cuya inteligencia es Gabriel.

Aquí termina el mundo arcangélico.

El Tarot es la Kábala egipcia.

Si admitimos que la naturaleza humana forma un todo complejo, encontramos en ella, de acuerdo a la Kábala, tres partes bien distintas:

El Cuerpo, el Alma y el Espíritu, que se diferencian entre sí en forma análoga a lo concreto, lo particular y lo general, de suerte que cada una es un reflejo de las otras y ofrece, a nivel interno, esta triple distinción.

Estas son las cosas que Salomón selló con su triple sello. Los iniciados lo saben y basta. Cuanto a los demás, que rían, que crean, que duden; que amenacen o que tengan miedo ¿Qué importa a la ciencia y qué a nosotros?…

¿Qué es el Tarot?

La vía del héroe,  el cielo, la tierra, el hombre dentro de los 360º.

La verdad no existe, existen perspectivas.

El hombre nunca podrá llegar a conocer en totalidad el universo, ni así mismo. (Ley matemática).

No perdáis la oportunidad de saber más y apuntaros al Curso de cábala oculta en el Tarot donde aprenderéis a interpretar todo esto, su simbología, el número pitagórico, alquimia, física cuántica y mucho más.

→  Ver la siguiente carta 17 Pé La Estrella

Esta información esta hilada de las siguientes Obras:

  • La Cábala tradición secreta de occidente (Papus)
  • Curso de filosofía oculta sobre la cábala y los números (Eliphas Levi)
  • Dogma y ritual de alta magia 1 y 2 ( Eliphas Levi)
  • El Tarot de los Bohemios ( Papus)
  • Gematria dogma cabalístico (Aleister Crowley)

Ana Suero Sanz

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