Índice
Resch El Juicio
La vigésima lámina, Resch El juicio, jeroglíficamente representa la cabeza del hombre. De aquí la idea de todo aquello que posee en sí un movimiento propio y terminante. Es el signo del movimiento propio; malo o bueno, expresa la renovación de las cosas, por lo que a su movimiento se refiere.
La resch es una letra doble y corresponde astronómicamente a Saturno.
Una tumba se abre y un hombre, una mujer y un niño aparecen juntando las manos en signo de adoración. ¿Es posible expresar con mayor acierto el despertar de la naturaleza bajo la influencia del verbo? ¿Cómo no admirar la justeza del símbolo que traduce el jeroglífico hebraico correspondiente?
1° Regreso al mundo divino. El espíritu vuelve a entrar en posesión de sí mismo:
EL MOVIMIENTO PROPIO Y DETERMINADO
2° La vida se renueva por su propio movimiento:
LA VIDA VEGETATIVA, LA RESPIRACIÓN
3° La materia del mundo aumenta en un grado su ascensión hacia Dios:
EL REINO VEGETAL
Relaciones:
JEROGLÍFICO PRIMITIVO: La cabeza del hombre
ASTRONOMÍA: Saturno
DÍA: Sábado
LETRA HEBRAICA: Resch (doble)
Significados:
EL MOVIMIENTO PROPIO
Y DETERMINADO
LA RESPIRACIÓN
La vida vegetal
EL REINO VEGETAL
La medicina universal
Caput – Resurrectio – Circulus
La mayor parte de nuestras enfermedades físicas proceden de nuestras enfermedades morales, según el dogma mágico único y universal, y en razón de la ley de las analogías.
Una gran pasión a la cual se abandone uno, corresponde siempre a una gran enfermedad que se separa. Los pecados mortales son llamados así porque física y positivamente causan la muerte.
Alejandro Magno murió de orgullo. Era temperante por naturaleza, pero se entregó por orgullo a los excesos que le produjeron la muerte. Luis XV murió en su parque de los ciervos. Cuando Marat fue asesinado, se moría de soberbia y de envidia. Era un monómano de orgullo, que se creía el único ser justo y que habría querido matar a todo el que no fuera Marat. Muchos de nuestros contemporáneos han muerto de ambición, después de la Revolución de Febrero.
En cuanto nuestra voluntad se confirma irrevocablemente en una tendencia absurda, estamos muertos, y el ataúd que habrá de recibir nuestros restos, no muy lejano. Es, por consiguiente, una verdad el decir que la sabiduría conserva la vida.
El gran maestro ha dicho:
“Mi carne es un aliento y mi sangre una bebida. Comed mi carne y bebed mi sangre y viviréis.”
Y como el vulgo murmurase, agregó:
“La carne no entra aquí en nada; las palabras que os dirijo, son espíritu y son vida.”
Así quería decir: Abrevad en mí espíritu y vivid mi vida.
Y cuando iba morir ligó el recuerdo de su vida al signo del pan, y el de su espíritu al del vino, instituyendo de este modo la comunión de la fe, de la esperanza y de la caridad.
En el mismo sentido es como han dicho los maestros herméticos: Haced el oro potable y tendréis la medicina universal; es decir, apropiad la verdad a vuestros usos, y sea ella el manantial en que abrevéis todos los días y adquiriréis para siempre la inmortalidad de los sabios. La templanza, la tranquilidad de alma, la sencillez de carácter, la calma y la razón de la voluntad hacen al hombre, no solamente dichosos, sino sano y robusto.
Es haciéndose razonable y bueno como el hombre llega a la inmortalidad. Somos los autores de nuestros propios destinos, y Dios no nos salva sin nuestro concurso.
La muerte no existe para el sabio; la muerte es un fantasma tildado de horrible por la ignorancia y la debilidad del vulgo.
El cambio atestigua el movimiento, y el movimiento no revela otra cosa que la vida. El mismo cadáver no se descompondría si estuviera muerto; todas las moléculas que lo componen permanecen vivas y no se mueven con otro objeto que con el de desprenderse unas de otras. ¿Podéis figuraros que es el espíritu el que primero se desprendió del cuerpo para morir? ¿Podéis creer que el pensamiento y el amor pueden morir cuando la misma materia grosera no muere?
Si al cambio debe llamársele, moriremos y renacemos diariamente, porque todos los días cambian nuestras formas.
Tememos, al salir a la calle, destrozar nuestras vestiduras, y nada nos importa abandonarlas cuando llega la hora del reposo.
El embalsamamiento y la conservación de los cadáveres es una superstición contra la naturaleza. Es un ensayo de creación de la muerte; es la inmovilización forzosa de una sustancia de que la vida tiene necesidad. Pero no hay que apresurarse en destruir o en hacer desaparecer los cadáveres, porque nada se verifica bruscamente en la naturaleza, y no debe correrse el riesgo de romper violentamente los lazos de un alma que se desprende.
La muerte no es nunca instantánea; se opera gradualmente como el sueño. En tanto que la sangre no se ha enfriado por completo, mientras que los nervios pueden estremecerse, el hombre no está completamente muerto, y si alguno de los órganos esenciales de la vida no está destruido, el alma puede ser llamada, sea por accidente, sea mediante una voluntad poderosa.
Un filósofo ha dicho que mejor dudaría del testimonio universal antes que creer en la resurrección de un muerto, y en esto procedió temerariamente, porque es bajo la fe del testimonio universal como él creía en la imposibilidad de una resurrección.
Probada una resurrección ¿qué resultaría? ¿Habría que negar la evidencia o renunciar a la razón? Esto sería absurdo sólo al suponerlo. Habría que deducir sencillamente que había sido temerario creer en la imposibilidad de la resurrección. Ab actu ad posse valet consecutio.
Osemos afirmar ahora que la resurrección es posible y que se produce con mayor frecuencia de lo que se cree. ¡Cuántas personas cuya muerte ha sido jurídica y científicamente probada, han sido halladas muertas, es cierto, en su ataúd, pero que habían vivido y que se habían destrozado los dedos y las uñas al tratar de abrirse las arterias para escapar por una nueva muerte a tan horribles sufrimientos!
Un médico nos dirá que esas personas no estaban muertas, sino en estado de letargia.
¿Pero qué es la letargia? Es el estado que dais a la muerte comenzada y no concluida, a la muerte que viene a desmentir un retomo a la vida. No se sale fácilmente del atolladero con estas palabras, cuando es imposible explicar las cosas.
El alma está ligada al cuerpo por la sensibilidad y en cuanto ésta cesa, es un signo cierto de que el alma se aleja. El sueño magnético es una letargia o una muerte ficticia y curable a voluntad. La eterización o la torpeza producida por el cloroformo son verdaderas letargias que a veces concluyen por una muerte definitiva, cuando el alma, feliz por su pasajero desprendimiento, hace esfuerzos de voluntad para alejarse definitivamente, lo que es posible en aquellos que han vencido al infierno, es decir, cuya fuerza moral es superior a la de la atracción astral.
Así, pues, la resurrección no es posible más que para las almas elementales, y son éstas, especialmente, las que están más predispuestas a revivir en la tumba. Los grandes hombres y los verdaderos sabios no son enterrados vivos. En nuestro Ritual explicaremos la teoría y la práctica del resurreccionismo y aquellos que me preguntaran si yo he resucitado muertos, les responderé que si yo se lo dijera no me creerían.
Quédanos por examinar aquí si la abolición del dolor es posible y si es saludable emplear el cloroformo o el magnetismo en las operaciones quirúrgicas. Opinamos, y la ciencia lo reconocerá más tarde, que disminuyendo la sensibilidad se disminuye la vida y que todo cuanto evita el dolor en semejantes circunstancias se vuelve en provecho de la muerte.
El dolor atestigua la lucha de la vida; adviértase, pues, que en las personas operadas en estado de letargia, las curas son excesivamente dolorosas. Si se reiterara en cada una de estas curas, el aturdimiento por el cloroformo, sucedería de estas dos cosas una: o que el enfermo moriría, o que en las curaciones el dolor volvería y sería continuo. No se violenta impunemente a la Naturaleza.
L a Taumaturgia
Hemos definido los milagros como efectos naturales de causas excepcionales.
La acción inmediata de la voluntad humana sobre los cuerpos, o por lo menos esa acción ejercida sin medio visible, constituye un milagro en el orden físico.
La influencia ejercida sobre las voluntades, o sobre las inteligencias, sea repentinamente, sea en un tiempo determinado, y capaz de cautivar los pensamientos, de cambiarlas resoluciones mejor adoptadas, de paralizar las más violentas pasiones, esa influencia, en fin, constituye un milagro en el orden moral.
El error común relativo a los milagros, es el de mirarlos como efectos sin causas, como contradicciones de la naturaleza, como ficciones repentinas de la imaginación divina; y no se piensa que un solo milagro de esta especie rompería la armonía universal y sumergiría al universo en el caos.
Hay milagros imposibles, aun para el mismo Dios. Son estos milagros absurdos. Si Dios pudiera ser absurdo un solo instante, ni él ni el mundo existirían un instante después. Esperar del arbitrio divino un efecto del que se desconociera la causa, o cuya causa no existiera, es lo que se llama tentar a Dios; esto es sencillamente precipitarse en el vacío.
Dios acciona por sus obras; en el cielo opera por sus ángeles y en la tierra por los hombres. Así, pues, en el circulo de acción de los ángeles, éstos pueden todo lo que sea posible a Dios, y en el circulo de acción de los hombres, éstos disponen igualmente de la omnipotencia divina.
En el cielo de las concepciones humanas, es la humanidad la que crea a Dios, y los hombres piensan que Dios los ha hecho a su imagen, por cuanto ellos lo hacen a la suya.
El dominio del hombre abarca toda la naturaleza corporal y visible sobre la tierra, y si no rige ni a los grandes astros ni a las estrellas, puede, por lo menos, calcular el movimiento, medir la distancia e identificar su voluntad a su influencia, puede modificar la atmósfera, obrar, hasta cierto punto, sobre las estaciones del año, curar y hacer enfermar a sus semejantes, conservar la vida y dar la muerte, y por la conservación de la vida entendemos, como ya hemos dicho, la resurrección en ciertos casos.
Lo absoluto en razón y en voluntad es el mayor poder que sea dado alcanzar al hombre, y es por medio de ese poder como él realiza lo que la muchedumbre admira bajo el nombre de milagros.
La más perfecta pureza de intención es indispensable al taumaturgo, pues le hace falta una corriente favorable y una confianza ilimitada.
El hombre que ha llegado a no ambicionar nada y a no temer nada es el dueño de todo. Esto es lo que manifiesta esa hermosa alegoría del Evangelio, en la que se ve al hijo de Dios tres veces victorioso del espíritu impuro, ser servido en el desierto por los ángeles.
Nada sobre la tierra resiste a una voluntad razonable y libre: cuando el sabio dice yo quiero, es el mismo Dios quien quiere, y todo cuanto ordena se realiza.
Es la ciencia y la confianza del médico la que da virtud a las medicinas, y no existe otra medicina real y eficaz como la taumaturgia.
También la terapéutica oculta es exclusiva de toda medicamentación vulgar. Emplea, especialmente, las palabras, las insuflaciones y comunica, por la voluntad, una virtud variada a las sustancias más simples; el agua, el aceite, el vino, el alcanfor, la sal. El agua de los homeópatas es verdaderamente un agua magnetizada y encantada, que opera por la fe. Las sustancias enérgicas que a ella se agrega en cantidades, por decirlo así, infinitesimales, son la consagración y como los signos de la voluntad del médico.
Lo que se llama vulgarmente el charlatanismo es un gran medio de éxitos reales en medicina, si ese charlatanismo es bastante hábil para inspirar una gran confianza y formar un círculo de fe. En medicina, especialmente, es la fe la que salva.
No existe apenas villa ni villorrio, que no tenga un individuo o individua que se dedique al ejercicio de la medicina oculta, y estos sujetos alcanzan siempre, y en todas partes, éxitos incomparablemente mayores que los de los médicos aprobados por la Facultad. Los remedios que prescriben son con frecuencia ridículos o extravagantes, y curan tanto mejor, cuando mayor fe producen, tanto en los sujetos enfermos como en el operador.
Un amigo nuestro, antiguo negociante, hombre de un carácter raro y de un sentimiento religioso, muy exaltado, después de haberse retirado del comercio, se dedicó a ejercer gratuitamente y por caridad cristiana, la medicina oculta en una provincia de Francia. No empleaba, por todo específico, más que el aceite, las insuflaciones y las plegarias. Se intentó un proceso contra él, por el ejercicio ilegal de la medicina, quedando probado contra él, que en el espacio de cinco años se le atribuían diez mil curaciones, y que el número de creyentes aumentaba sin cesar, en proporciones capaces de alarmar seriamente a todos los médicos del país.
Nosotros hemos visto en Mans una pobre religiosa, a la que se consideraba si es o no loca, y que curaba a todos los enfermos de los campos vecinos, con un elixir y un esparadrapo de su invención. El elixir era para el interior, el esparadrapo pasa el exterior, y de este modo nada escapaba a esta panacea universal. El emplasto no se adhería nunca a la piel más que en los sitios en que su aplicación era precisa; en los demás Sitios se enrollaba sobre sí mismo y caía; por los menos, esto era lo que pretendía la excelente hermana y lo que aseguraban sus enfermos.
Esta taumaturga tuvo también su respectivo proceso, pues su curanderismo empobrecía a los médicos de la región. Fue estrechamente clausurada, pero bien pronto hubo necesidad de dejarla una vez por semana al cariño y la fe de los pueblos. Hemos visto el día de las consultas de sor Juana Francisca, gentes del campo, llegadas las vísperas, esperar su turno acostados a la puerta del convento; habían dormido en el duro suelo y esperaban para volverse a su pueblo el elixir y el esparadrapo de la buena hermana. El remedio era el mismo para todas las enfermedades, y hasta parecería así como que la excelente hermana no tenía necesidad de conocerlos sufrimientos de sus enfermos.
Los escuchaba, sin embargo, con la mayor atención y nos les confiaba su específico sino con conocimiento de causa. En esto estribaba el secreto mágico. La dirección de intención daba al remedio su virtud especial. Este remedio era insignificante por sí mismo. El elixir era aguardiente aromatizado y mezclado al jugo de yerbas amargas; el emplasto estaba hecho con una mezcla análoga a la triaca por el color y el olor; era, quizá, pez de Borgoña opiada. Sea lo que fuere, el específico obraba maravillas, y mal lo habría pasado entre aquellos campesinos el que hubiera puesto en duda los milagros de la excelente hermana.
Nosotros hemos conocido, cerca de París, a un viejo jardinero taumaturgo, que hacía también maravillosas curas, y que ponía en sus frascos el jugo de todas sus yerbas de la verbena de San Juan. Este jardinero tenía un hermano, espíritu escéptico, que se burlaba del hechicero. El pobre jardinero, mortificado por los sarcasmos del descreído, comenzó a dudar de sí mismo; los milagros cesaron; los enfermos perdieron su confianza, el taumaturgo, decaído y desesperado, murió.
El abate Thiers, cura de Vibraie, en su curioso Tratado de las supersticiones; refiere que una mujer atacada de una oftalmia desesperada en apariencia, habiendo sido repentina y misteriosamente curada, fue a confesarse a un sacerdote de haber recurrido a la magia. Había importunado durante largo tiempo a un clérigo, a quien suponía mago, pasa que le diera algo que, llevándolo encima de sí, la curase, y el clérigo le había dado un pergamino enrollado, recomendándole lavarse tres veces por día con agua fresca.
El sacerdote hizo que le llevaran el pergamino, y encontró en él escritas estas palabras: Eruat diabolus oculos tuos et repleat stercoribus loca vacantia. Tradujo estas palabras a la buena mujer, la cual quedó estupefacta; pero no por eso estaba menos curada.
La insuflación es una de las más importantes prácticas de la medicina oculta, porque es un signo perfecto de la transmisión de la vida. Inspirar, en efecto, quiere decir soplar sobre alguien o sobre alguna cosa, y ya sabemos por el dogma único de Hermes, que la virtud de las cosas ha creado las palabras y que existe una proporción exacta entre las ideas y las palabras, que son las formas primeras y las realizaciones verbales de las ideas.
Según el soplo sea caliente o frío, es atractivo o repulsivo. El soplo caliente responde a la electricidad positiva, y el frío a la negativa. Así los animales eléctricos y nerviosos, temen el soplo frío, como puede hacerse la experiencia soplando sobre un gato, cuyas familiaridades sean inoportunas. Mirando fijamente a un león o a un tigre y soplándole a la faz, se les dejada estupefactos hasta el extremo de obligarlos a retirase y a retroceder ante vosotros. La insuflación caliente y prolongada, restablece la circulación de la sangre cura los dolores reumáticos y gotosos restablece el equilibrio en los humores y disipa la laxitud.
Por parte de una persona simpática y buena es calmante universal. La insuflación fría aplaca los dolores que tiene por origen congestiones y acumulaciones fluídicas. Necesario es alternar con esas dos clases de insuflaciones observando la polaridad del organismo humano y obrando de una manera opuesta sobre los polos que se someterán uno después de otro a un magnetismo contrario Así para curar un ojo enfermo por inflamación, será preciso insuflar caliente y dulcemente el ojo sano, después practicas sobre el ojo calentado insuflaciones frías a distancia y en proporciones exactas con las calientes.
Los pases magnéticos obran como el soplo y son un soplo real por transpiración e irradiación de aire interior todo fosforescente de luz vital los pases lentos son un soplo caliente que une y exalta los espíritus los pases rápidos son un soplo frió que dispersa las fuerzas y neutraliza las tendencias a la congestión El soplo cálido debe hacerse transversalmente de abajo a arriba; el soplo frío tiene más fuerza si va dirigido de arriba abajo.
No respiramos solamente por las narices y por la boca; la porosidad universal de nuestro cuerpo es un verdadero aparato respiratorio, insuficiente, sin duda, pero muy útil para la vida y para la salud. Las extremidades de los dedos, a las cuales vienen a terminar todos los nervios, hacen irradiar la luz astral, o la aspiran según nuestra voluntad. Los pases magnéticos sin contacto, son un simple y ligero soplo; el contacto agrega al soplo la impresión simpática equilibrante. El contacto es bueno y aun necesario para prevenir las alucinaciones en el comienzo del sonambulismo.
Es una comunión de realidad física que advierte al cerebro y llama al orden a la imaginación que se desvía; pero no debe de ser demasiado prolongado, cuando se quiere magnetizar únicamente. Si el contacto absoluto y prolongado, es útil en ciertos casos, la acción que debe ejercerse entonces sobre el sujeto, se referirá más bien a la incubación o al mensaje, que al magnetismo propiamente dicho.
Hemos referido ejemplos de incubación extractados del libro más respetado entre los cristianos; esos ejemplos se refieren todos a la curación de las letargias, reputadas incurables, puesto que hemos convenido en llamas así a las resurrecciones. Cuanto al masaje, está todavía en gran uso entre los orientales, que le practican en los baños públicos, y se encuentran después de él admirablemente.
Es todo un sistema de fricciones, tracciones, de presiones, ejercidas amplia y lentamente sobre todos los miembros y sobre todos los músculos y cuyo resultado es un nuevo equilibrio en las fuerzas, una sensación completa de reposo y de bienestar, con renovación muy sensible, de agilidad y de vigor.
Todo el poder del médico oculto está en la conciencia de su voluntad, y todo su arte consiste en producirla fe en su enfermo. Si podéis creer, dice el maestro, todo es posible a aquel que cree. Preciso es dominar a su sujeto por la fisonomía, por el tono, por el gesto, inspirarle confianza con sus maneras paternales, convencerle por algún alegre discurso. Rabelais, que era más mago que lo que realmente parecía, había tomado como panacea especial el pantagruelismo.
Hacía reír a sus enfermos, y todos los remedios que ordenaba después, todos alcanzaban éxito; establecía entre él y ellos una simpatía magnética, por medio de la cual, les comunicaba su confianza y su buen humor; los alababa en sus prefacios, llamado a sus enfermos muy ilustres y muy preciosos y les dedicaba sus obras. Estamos convencidos de que Gargantúa y Pantagruel han curado más humores negros, más predisposiciones a la locura, más manías atrabiliarias, en esa época de odios religiosos y de guerras civiles, que toda la Facultad de medicina de entonces haya podido comprobar y estudiar.
La medicina oculta es esencialmente simpática. Es preciso que una afección recíproca, o por lo menos un aprecio real se establezca entre el médico y el enfermo. Los jarabes y los julepes no tienen virtud por sí mismos; son los que les hacen la opinión común del agente al paciente; por eso la medicina homeopática lo suprime sin graves inconvenientes.
El aceite y el vino combinados, sea con sal o con alcanfor, podría bastar para la curación de toda suerte de heridas y para todas las fricciones externas o aplicaciones calmantes. El aceite y el vino son las medicinas por excelencia de la tradición evangélica. Es el bálsamo del samaritano, y en el Apocalipsis, el profeta, al describir grandes exterminios, ruega a los poderes vengadores de ahorrar el aceite y el vino, es decir, de dejar una esperanza y un remedio para tantas heridas. Lo que se llama entre nosotros la extremaunción era, entre los primeros cristianos y en la intención del apóstol Santiago, que ha consignado el precepto en su epístola a los fieles de todo el mundo, la práctica pura y sencilla de la medicina tradicional del maestro.
Si alguno de vosotros está malo, escribe, que haga venir a los ancianos de la Iglesia, que orarán por él y le aplicarán unciones de aceite invocando el nombre del Maestro. Esta terapéutica divina, se ha perdido progresivamente, y se ha adquirido la costumbre de mirar la extremaunción como una formalidad religiosa, necesaria antes de morir. Sin embargo, la virtud taumatúrgica del óleo santo, no podía olvidarse por completo por el dogma tradicional y de ello se hace memoria en el pasaje del catecismo que se refiere a este sacramento.
Lo que curaba, sobre todo, en los primeros cristianos, eran la fe y la caridad. La mayor parte de las enfermedades tienen su origen en desórdenes morales; es necesario comenzar por curar el alma, que el cuerpo se curará inmediatamente después.
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En el Sol se encuentra el Secreto del Espíritu.Yod, la letra del Padre.
Nombre divino: Rodeh (Emperador), gobierna según Kircher el mundo vegetal; se atribuye también al primer principio divino que se relaciona con el reino animal y da vida a todos los animales.
Mertseger, la que ama el silencio, es la compañera y amiga de Osiris enterrado. Al parecer, se identificaba con la montaña funeraria de Tebas que dominaba la orografía del lugar a modo de pirámide. De ahí que Mertseger personificase, como serpiente tricéfala, una de cuyas testas tenía aspecto humano; la otra, figura de buitre, en tanto que la restante correspondía a la de un ofidio.
Mertseger aparece, a veces, asociada con el dios Path, dado que ambos dioses protegían a los obreros y artífices de la necrópolis tebana.
Se ha señalado que el nombre de Path deriva de la raíz pth que significa formar, de modo que, en este caso, el nombre del numen expresaría su función.
Los griegos vieron en Path al dios artesano Hefaistos y en muchas representaciones populares, el señor de la forja aparece como enano cabezón de piernas contrahechas. Herodoto refiere como Cambises hirió los sentimientos religiosos de los egipcios burlándose de la imagen de Hefaistos, es decir, de Path, el cual aparecía como un pigmeo deforme.
Algunos autores han visto en Path-Hefaistos un enano con la fuerza de un gigante, esa oposición de contrarios que daría a la naturaleza de este personaje un curioso carácter. Así, Mondez señalará el carácter bixesuado de Path-Sokaris. En la inscripción de Shabaka, aportada por Sethe, se saluda a Path como padre y madre.
En los signos de Leyden a Amón se halla la siguiente fórmula: Todos los dioses son tres: Amón, Ra y Path. Nada puede comparase con su alta realidad. Lo que por Amón se oculta, recibe el nombre de Ra por su faz y de Path por su cuerpo.
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→ Ver la siguiente carta 21 Shin El Loco
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- Dioses y símbolos del antiguo Egipto (Juan García Font)
Ana Suero Sanz